Un amor no correspondido

Real Valladolid 0 - 5 Atlético de Madrid. Para los que no seáis del Pucela posiblemente no entenderéis lo que fue este partido, posiblemente dentro de esta afición haya formas y formas de tomárselo siendo la mía distinta a la del resto, y si ni siquiera te gusta el fútbol pues ya casi seguro que no comprendais que significa este resultado. Un año duro para el que siente los colores blanquivioletas, tan duro y tan injustificable para tantos que, a título personal, ha hecho que me pregunte una y otra vez las mismas cuestiones: ¿por qué? ¿para que? Ese soy yo todas las semanas de esta temporada preguntándome “por qué veo los partidos” o “para qué sirve seguir a un equipo así”. A veces tenía respuesta, el por qué y el para qué de ir a Vitoria no fue para degustar fútbol en Mendizorroza sino para pasar un fin de semana con mis colegotes de toda la vida juntando un par de días el grupo de amigos del norte y del no tan norte. Pero el resto de días es duro, días donde todo es difícil de justificar y difícil de comprender tanto por lo que ocurre por lo que yo hago al respecto, y ayer no fue distinto. Corrijo, ayer fue distinto, ayer comprendí, ayer me di cuenta de la dura realidad.

Después de un bochornoso 2-0 en Getafe al que casi asisto (doy gracias a que el trabajo me lo complicase) desistí en mi esfuerzo de subir al José Zorrilla en lo que quedaba de temporada. Ya le decía por WhatsApp a mi gran amigo Javo, con quien comparto aventuras y desventuras en ese estadio durante más de una década; “me niego a volver, es que yo ya estoy tan hastiado que prefiero gastar mi tiempo en algo que al menos no me cabree o me disguste”. Al final, entre pitos y flautas, volví al estadio una jornada más. Fue básicamente no por una decisión propia sacada del corazón o por puro amor al arte, ni mucho menos, es que este amigo jugaba un partido en un campo a tiro de piedra del José Zorrila unas horas antes del pitido inicial y como prometí que iba a verle pues era ya ir a ver dos partidos por el desplazamiento de uno. Ese encuentro salió redondo, ganaron 8-1 y Javo acabó metiendo un hat-trick (años jugando con él y en mi vida le había visto marcar tanto al fulano este). Fue acabar este festival de goles para subir a ver otro, esta vez no tan alegre para nuestros intereses. Arriba esperaba otro amigo, Gonza, y ya los tres juntos recordaba por qué subía al estadio estos últimos años, se hace mucho más ameno sufrir con tres buenos panas más toda la gente de la grada. El partido, otra vez más, durísimo de digerir, 3-0 al descanso y ya dábamos todo por perdido. Lamentable de principio a fin sin duda pero se pudo sobrellevar de cierta forma. Por un lado el dolor y la rabia salían a flote junto no solo a los que se sentaban cerca de nuestro sitio sino también junto a toda la grada, y cuando el dolor se comparte suele doler menos valga la redundancia. Por el otro saltaba una cosa muy española, el hacer humor y gracia cuando no se quiere que la tristeza y otros sentimientos negativos afloren. Que si el partidito de tenis improvisado en el Fondo Norte, que si por qué la gente marchaba en el 80 si quedaba tiempo para remontar, que si a ver si el Atleti se marcaba unos cuantos en propia para darle emoción, que si podíamos empatar porque los goles desde fuera del área valían por tres como en el baloncesto… Al menos nos pudimos echar unas risas ante tal estampa. Así fue como abandonamos el estadio, diciendo adiós a Gonza y yendo Javo y yo por otro lado, intentando ponerle otra cara a una noche dura de digerir. Mi amigo, que me conoce como a un hermano de tanto que hemos compartido juntos durante una barbaridad de años, me vio la cara y al instante sabía lo que pensaba. Intentó alegrarme diciendo “Javier que más da, si al final hay cosas mucho más importantes en la vida como para que estos mataos nos amarguen”, y tenía razón, esas palabras al menos me esbozaron una pequeña sonrisa y consiguieron que la tristeza todavía no llegase. Nos separamos, él subió al bus y yo proseguí andando hasta casa porque, a pesar de entender esas palabras, prefería volver andando a pesar del frío y la distancia solo para despejar la mente. Ahí, en ese momento de soledad, es cuando todo cayó como una gran losa sobre mí.

“¿Por qué me duele tanto?” me preguntaba al principio, preguntas a las que le siguieron otras como “¿Por qué nunca veo cosas buenas?” “¿Por qué siempre sufro con este equipo?” “¿Por qué otra gente que conozco de equipos no tan grandes puede celebrar cositas como llegar a una final de copa o ir a Europa?” “¿Por qué coj*nes tengo que comer m*erda siempre?” Pase de una cierta alegría y paz mental a la rabia, a la indignación, a la tristeza. No miento si digo que en ese tramo brotaron unas pocas lágrimas mientras pensaba en la situación. Ante esto me hacía otra pregunta, la última: ¿Por qué sigo? Y en esta última no encontré respuesta. Ahora entiendo a mis conocidos no futboleros cuando me hacen esa misma pregunta en los momentos que critico al equipo, ahora entiendo que no lo entiendan. Un amor no correspondido sin duda, uno en el que yo y otros tantos damos todo por algo llamado Real Valladolid, un algo que no solo no nos devuelve ese cariño sino que a la mínima nos escupe a la cara. Años dando ese amor para que las únicas muestras de cariño por su parte sean unos ascensos que cada año que pasan y cada vez que ocurren tienen menos valor. Todo esto pensaba anoche pero esta mañana he encontrado alguna respuesta, algún motivo que contar a toda esa gente que no es futbolera e incluso algún motivo para justificarme a mí mismo en este empeño de seguir siendo parte de algo que me hace sufrir. Al final del día el gran motivo por el que sigo a este equipo es por el que subí ayer al estadio: la gente. Sigo por mis amigos, por la gente que me rodea en el estadio, por otras personas tanto de mi peña como de redes, sigo porque es una pasión y unos sentimientos compartidos con miles y miles de personas. Porque los ratos que subo al estadio comparto unas dos horas con personas a la que tengo cariño, porque comparto ideas y risas/penas con otras, porque siempre está genial formar parte de algo más grande que tú de esta forma. Pero también sigo siendo del Real Valladolid en las malas porque es mi equipo, porque llevo viéndolos más de una década y media, porque les he seguido a muchas partes de España, porque es el equipo al que me aficionó mi padre (aunque él es del Real Madrid) porque quería que su hijo sintiera lo que es ver futbol en vivo. En definitiva, y junto a las razones comentadas, porque es algo inexplicable, algo que no puedo hacer comprender a gente no futbolera porque ni yo en muchas ocasiones lo comprendo. Si, duele muchísimo que un amor no sea correspondido, pero para que mentir, siempre hay algo bello en el simple hecho de amar. Esto es el fútbol sin duda, la vida en noventa minutos.